domingo, 23 de agosto de 2009

Pausas

El verano ártico es fugaz e intenso. La naturaleza lo sabe y se precipita, serena pero implacablemente. Los habitantes del lugar hacen lo propio: es época de reencuentros familiares y de celebraciones que terminan, sabiamente, en una comilona. El 21 de junio es la fiesta nacional (este año además celebraban su independencia (!?) de Dinamarca), el 24 desde el Hostel correspondimos con una "fiesta española", a los pocos días una confirmación especial con la presencia de la Obispa de Groenlandia y el correspondiente festín, no pasó una semana antes de que desapareciera todo el mundo para asistir durante cuatro días a la fiesta de los granjeros en Qaqortoq, a unos 100 km fiordo abajo... y así.
Las fotos corresponden a la fiesta del Hostel el día 24, en que la terraza-taller se tuvo que despejar para que cumpliera su función principal. El qajaq (sí, el del blog!!!) colgando por el exterior de la barandilla y el incipiente umiaq haciendo lo propio en la otra esquina.
Lo cierto es que resultó una pausa la mar de agradable. Sucumbieron al entusiasmo dos enormes paellas, unas 10 tortillas de patatas, jarras de sangría... lo normal, vamos, incluyendo una larga conga que, encabezada por un cojo (!), dió la vuelta al hostel y no decayó ni siquiera al subir la escalera, que ya tiene mérito.
En la foto cuento varios Ottos: Otto el piloto (no es broma, pilotaba una de las zodiacs de Tasermiut), Otto el taxista (tampoco es broma: Narsaq, con unos 1500 habitantes, cuenta con un servicio de 15 taxis!!! conectados por radio, y no hay una sola carretera que salga del pueblo), Otto el organista (imprescindible en un servicio religioso)... La mayoría de los Ottos se llaman Otto Frederiksen, como el fundador del pueblo en 1924, y son de hecho su viva imagen. Cuento además un Ottorak, diminutivo de Otto. Al "pequeño Otto", desmejorado después de una muy reciente operación a corazon abierto, le he conocido yo con unos 120 kg., (los inuit en general no están educados en la ironía: un chiste en este sentido no sería bien recibido) Ottorak es el mecánico en un pueblo de granjeros, especializado pues en maquinaria pesada. Se cuenta que mató un oso en Narsarsuaq, hace como veinte años. Viene a ser a Qassiarsuq lo que Esautomátix a la aldea de Astérix, con un carácter parecido. Sus miradas de aprobación ante el umiaq y su interés fueron la prueba definitiva de que nuestra idea conectaba con el pueblo.


Qassiarsuq cuenta oficialmente con unos 60 habitantes, incluidas las granjas de alrededor. Creo que en la fiesta eramos más. El "párking" del hostel presentaba este aspecto, que no era muy distinto del que presentaba el embarcadero.


Una buena primera inmersión en el ambiente y la lengua del país.

(re)construcción

La verdad es que no hay mucho que contar en lo que se refiere al proceso de (re)construcción del umiaq: todo transcurrió según lo previsto, vaya. Las piezas llegaron en perfecto estado. Incluso los listones más largos sobrevivieron a los intensos fríos y a la larga exposición al sol dentro de su envoltura de plástico (cosa nada recomendable). La cosa se limitaba, pues, a largas sesiones de ligadas con el hilo que nos habían fabricado prácticamente a medida. Algo que ya habíamos hecho muchas veces, sólo que esta vez era la definitiva. Todo iba encajando en su sitio con absoluta placidez y las horas transcurrían en un entorno casi zen, repitiendo los mismos movimientos, viendo pasar a la misma gente, sin relojes, sin calendarios. Despertarse cuando el cuerpo lo pedía (a las 5 de la mañana, los primeros días), desayunar en la impagable terraza-taller, añadir algunas piezas, pescar algunos bacalaos con Mariano (cuánto se te echa de menos, Mariano!), volver a desayunar con más gente cuando te dabas cuenta de que tan sólo eran las nueve de la mañana, descubrir que el Norte está justo donde te imaginabas el Oeste, contar otra vez la historia del umiaq, intercambiar miradas con algún inuit empático (valga la redundancia), descubrir a cada comida el saber hacer de Dada, escuchar las historias de los demás hasta agotar la capacidad de sorprenderse, cantar algunas barbaridades, chismorrear cual costureras, escaparse en un paseo de cinco minutos y experimentar una soledad profundísima, colaborar en alguna ñapa de fontanería en una casa remota (valga la redundancia), taparse un poco cuando llovía, abrigarse algo si soplaba una brisa... No sabría decir cuántos días pasaron de esa agradable rutina, lo cierto es que el umiaq avanzaba, sin prisas y con algunas pausas...