Según cuentan los que saben, la mayor parte de la madera de deriva que se encuentra en Groenlandia procede de los grandes bosques de Siberia. Llega a las costas groenlandesas empujada por las corrientes marinas, descendiendo por la costa este después de un largo viaje polar. Los inuit la clasifican atendiendo a su aspecto, le otorgan nombres descriptivos, y tienen muy claro a qué usos es preferible destinar cada variedad.
Nuestra selección inicial se decantó por el pino de Oregón, que conocíamos por las palas y nos gustaba. No fue posible encontrar tablones suficientemente largos, por lo que optamos por el abeto Douglas, que hay quien dice que es lo mismo, pero no es igual. Tiene un bonito color y parece resistente, pero los tablones que nos enviaron no nos acababan de convencer. Los anillos de crecimiento eran inusualmente anchos, lo que indica primaveras largas, húmedas y calurosas. El crecimiento de verano era tambien generoso. Un abeto Douglas de procedencia cercana, vaya. Parece resistente, pero se trabaja mejor la madera con las vetas más prietas. Tiene además bastantes nudos. Sin duda hará una buena quilla, donde la influencia de un nudo se pierde en el grosor de la madera, pero en los cantos de la base... teníamos nuestras dudas. Dudas que se vieron confirmadas cuando bajo tensión uno de los nudos empezó a ceder.
Cambio de planes, pues, y obligado viaje al almacén para escoger la madera personalmente. Visto lo que había, optamos por un humilde Flandes de segundas, procedente, al parecer, de Siberia. En un centímetro se pueden contar hasta doce anillos de crecimiento. Una delicia de trabajar y razonablemente libre de nudos (pocos y pequeños). Pesa menos, dobla con más nobleza y resiste mejor a la compresión; todo lo contrario de lo que cabía esperar.
Dormiremos más tranquilos y mucho más satisfechos:
jueves, 15 de enero de 2009
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