Algunos chavales acogieron la idea de terminar de montar el umiaq con alegría disfrazada de profesionalidad.
Estábamos esperando la llegada de una Zodiac, para que nos hiciera de soporte táctico y de barca de salvamento si llegaba el caso. Dudábamos de las habilidades natatorias de los inuit y el umiaq nos había dado algún susto en las pruebas previas, en un Mediterráneo calentito. La Zodiac, sin embargo, estaba a bastantes millas de distancia; viniendo, pero todavía lejos. Cuando ya se había congregado bastante gente, iniciamos el porteo, en una curiosa procesión y entre bromas que entendían los que las entendían. El personal masculino abría la marcha, cargando el objeto presuntamente flotante. Detrás, con la obispo a la cabeza, las que estaban destinadas a ser las protagonistas de la historia, aunque nosotros lo ignorábamos. Deberíamos haberlo sospechado al ver a los hombres con vestimenta de trabajo y a algunas de las señoras en bikini y con la toalla al hombro.
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